martes, 9 de diciembre de 2008

Canta, oh diosa





"Reconozcamos entonces en el escritor ese movimiento yendo sin descanso y casi sin intermediario de nada a todo. Veamos en él esa negación que no se satisface de la irrealidad en la que se mueve, pues la negación quiere realizarse y no puede hacerlo sino negando algo real, más real que las palabras, más verdadero que el individuo aislado del que ella dispone: asimismo la negación no deja de empujarle hacia la vida del mundo y la existencia pública para conducirlo a concebir cómo, siendo escritor, puede conventirse en esta existencia misma.

Es entonces cuando el escritor encuentra en la historia momentos decisivos en los que todo parece puesto en cuestiòn, donde ley, fé, Estado, mundo de arriba, mundo de ayer, todo se hunde sin esfuerzo, sin trabajo, en la nada. El hombre sabe que no ha abandonado la historia, pero la historia es ahora el vacío, ella es el vacío que se realiza, ella es la libertad absoluta convertida en acontecimiento. A estas épocas, se les llama Revolución. En ese instante, la libertad pretende realizarse bajo la forma inmediata del todo es posible, todo puede hacerse. Momento fabuloso, del que quien lo ha conocido no puede recuperarse del todo, pues ha conocido la historia como su propia historia y su propia libertad como la libertad universal. Momentos fabulosos en efecto: en ellos habla la fábula, en ellos la palabra de la fábula se hace acción. Que esos momentos tienten al escritor, nada hay más justificado.

La acción revolucionaria es en todo punto análoga a la acción tal y como la encarna la literatura: pasaje de la nada a todo, afirmación del absoluto como acontecimiento y de cada acontecimiento como absoluto. La acción revolucionaria se desencadena con la misma potencia y la misma facilidad que el escritor quien para cambiar el mundo no necesita más que alinear algunas palabras. Ella tiene también la misma exigencia de pureza y de certitud, que todo lo que la acción revolucionaria hace vale absolutamente, no es una acción cualquiera remitiéndose a algún fin deseable y estimable, sino es el fin último, el Ùltimo Acto.

Este último acto es la libertad, y no hay más elecciòn que entre la libertad y nada. Por esto, entonces, la única palabra soportable es: la libertad o la muerte. Asì aparece el Terror. Cada hombre deja de ser un individuo trabajando en una tarea determinada, actuando aquí y solamente ahora: cada hombre es la libertad universal que no conoce ni allende ni mañana, ni trabajo ni obra. En tales momentos, nadie tiene nada más que hacer, pues todo está hecho...

El escritor se reconoce en la Revolución. La Revolución le atrae porque ella es el tiempo en que la literatura se hace historia. Ella es su verdad. Todo escritor que, por el hecho mismo de escribir, no es conducido a pensar: yo soy la revoluciòn, sólo la libertad me hace escribir, en realidad no escribe."

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